Ésta era una época en la cual los domingos eran días felices. Y las palomas confiaban en el hombre cualquier sábado por la tarde. Los niños jugaban en las plazas mientras un Jazz sonaba en alguna vitrola dorada.
No, no te subas al tiempo. Deja que tus manos suban al árbol ya, no habrás de esperar. No nazcas en ese mar de contenida distancia. Corta la soga y date a volar, voy a saberte conmigo cuando lo hagas, pequeña alondra de mar, solsticio fugaz.
Mil novecientos treinta
Han los cielos de mirarme cuando en rojo caigan las pesadas almas de mí en tierra firme. Saquearán mi ser y me veré perdido o me encontraré, y entre dos ventanas o montones de hilos colgando decidiré cómo abrir mi esencia a mi ser.
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