sábado, 25 de octubre de 2008

Brisa


Yace ahí el colgado, pequeña criatura inocente. Tú lo has matado. Exquisitas sopas de llantos, espíritus corpóreos; y mar de lágrimas, seco el mar de lágrimas.
Claro como el invierno, oscuro como la carga eterna de un condenado. Emergiendo en tamaño, creciente sonrisa o un festival de sangre que lamenta cada final suyo, cada poesía conluída por el alba que no llega, y no llega, y desespera al danzante que de pronto aparece para llorar un otoño de brazos marchitos.
Suaves gotas, cálidas se deslizan, abren o cierran o crean la melodía de un comienzo fugaz que ya se termina, efímero.
Conservando esa sonrisa se despide, adiós y bienvenido nuevamente. Cayendo la noche absorbiendo súplicas dulces anaranjadas, persiguiendo la tenue brisa de mariposas, las pequeñas cosas bellas, invisibles.
Fuego en el aura del mar, quemando seres, jugando solemnemente con aire primaveral. Tócanse cientos de estrellas flotando cual rumbo incierto de absurdos caminantes.
Ya no podrá ver todo aquello que sus ojos gustaban de beber.

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