sábado, 21 de junio de 2008

¿Es posible, pues, gozar de aquel festín
detalladamente acabado, perfectamente pulido,
si dicha orgía se trata del acto de observar,
contemplar
el aura de luz que ejerce presencia
y se filtra a través de un ventanal
de oscuros y crueles afueras?

¿Es inaudito, acaso, regocijarse en un manto de contumacia
por oír las armónicas distonías de cientos de aves,
desde la risa del crepúsculo
hasta el llanto del ocaso?

¿Castigan, quizás, a quien derrama lágrimas de ostentosa alegría
al ver caer a un hombre en el sucio pavimento,
así como golpean fuerte las gotas de lluvia
en los grises tejados?

¿Es macabro creer, entonces, que un niño disfrute
degollando insectos
como el otoño lo hace con los árboles?

Sin embargo, sin pensarlo, sin reparo,
marchan en disonancia los ilusos sátiros
que giran la rueda en beneficio propio,
gozosos, contumaces, alegres, orgullosos.

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