jueves, 1 de mayo de 2008

Para exprimir al más ciego no estaban los cuatro, estaban los ocho.
Las lanzas que clavan tu cuerpo en un bello crepúsculo dorado sin sinónimos de muerte alrededor y
sin dejar de creer en la marca que forjó la tierra divina alguna vez damnificada por los dioses que esculpieron a este mundo sin razón, sin temor, con mucho dolor de corazones que caen caliente por el abismo mental que en las razas de las llanuras crecen para marchitarse en un mundo de sequía y lágrimas muertas en cajones polvorientos de días de lamentos, con la cuota más larga de rencor en el alma del más ciego, pues será exprimido no por los cuatro sino por los ocho.
Aquel día de gloria ya llegó.

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